domingo, 14 de agosto de 2011

Claudio Landete Anaya - Homo Inmortalis

Hoy presento el segundo relato corto de Claudio Landete Anaya, publicado en el 2001 y de título Homo Inmortalis

Recordad que podéis seguir al autor en su blog, http://universofuturo.blogspot.com.

Y a continuación, Homo Inmortalis :

Dhulse alzó la cabeza del enemigo recién vencido y las gradas rugieron aclamando al triunfador. La totalidad de los espectadores eran homo sapiens. Rara vez se encontraba un homo inmortalis fuera de la arena. Su condición de seres cuasieternos les había convertido en los gladiadores del futuro. Inmunes al dolor físico, sólo encontraban la muerte si se desmembraba su cuerpo más allá de los límites habituales de regeneración. A partir de una mutilación de tercer grado ya se puede decir que un homo inmortalis está herido de muerte.


Múltiples lesiones, fatales de necesidad en un hombre normal, salpicaban el poderoso torso de Dhulse, allí donde otros adversarios le habían alcanzado con sus armas. El inmortal esperó paciente que los jueces de pista declarasen la muerte del contrincante cuya cabeza sostenía en la mano. Un gesto de asentimiento por parte de los jueces dio por concluido el combate. Sólo faltaba que el triunfador recibiera el premio.


La mujer, de nombre Reya, era portadora de una belleza exquisita y se arrodilló ante quien sería su amo en las próximas lunas. Por poseer aquella piel pálida y suave dos homo inmortalis habían luchado sin tregua ni cuartel.
Desde que existe la vida, las hembras siempre han sido el privilegio de los campeones.




2


El temor acompañó a Reya durante varios días. Pero Dhulse no hizo ademán de forzarla en ningún momento. El gladiador no mostró ni impaciencia ni brusquedad alguna por disfrutar de sus encantos de mujer. Y cuando ella se encargaba del aseo personal del eterno, no se recreaba en la caricia de sus músculos. Reya conocía las leyendas sobre los seres eternos; se transmitían de padres a hijos junto con las pertenencias familiares. Eran muchos los pecados cometidos por los Homo inmortalis, pero el peor era la soberbia. Se alzaron sobre las demás especies del reino animal: controlaron y doblegaron a la evolución.


Quizá no hubo tal prepotencia al principio. Quizá fue meramente el temor a la muerte que está presente en cualquier ser vivo. Sea como fuese, el homo inmortalis había sido el fruto final de una serie de mutaciones que alteraron ciertas parcelas de la humanidad a nivel celular, concediéndoles grandes semejanzas con el reino de los vegetales. El homo inmortalis es una curiosa variedad de hombre-planta.


La diferencia fundamental entre una célula animal y otra vegetal, es que las plantas poseen una pared vegetal, una cubierta gruesa que envuelve a la célula y le concede mayor consistencia. Reya desconocía los detalles exactos de aquella mutación. Sólo sabía que la nueva seudopared celular disponía de una base celulósica como elemento constituyente, un glúcido semejante al almidón de las ropas. Los hombres-planta gozaron de una mayor esperanza de vida al ralentizarse su metabolismo y la estructura corporal resultó fortalecida debido al mayor peso molecular de las nuevas células constituyentes. Sus movimientos también se ralentizaron y en cuanto a los sentimientos... nadie sabe exactamente si los mantienen todavía o si los perdieron a causa de tales alteraciones.




3


Reya adivinó que sería esa madrugada. Lo vio en los ojos del inmortal. Las cuencas, ausentes, siempre faltas de expresión, le devolvieron una mirada consumida por la pasión y el deseo. La mujer, sabiendo que en breve debería entregarse a su amo, repasó con detalle al ser que pronto la reclamaría; al cuerpo alienado que, aunque hermoso, le producía un sentimiento de repulsa rayano en el miedo más absoluto.


Dhulse estaba transfigurado, parecía un dios al poseer lo mejor de dos reinos biológicos. Su cuerpo era una gran figura, de tal poder y belleza física como nunca se imaginó que pudiera existir. La piel coloreada en ricas tonalidades no hacía sino mostrar los variados pigmentos que salpicaban su constitución. De todos los órganos de relación surgían unas perforaciones filiformes que eran la muestra visible de que nuevos orgánulos permitían el intercambio de sustancias entre el exterior y las células seudovegetales.


Mostrando una impaciencia desconocida, el eterno llamó a la hembra y con sus dedos laminados señaló la parte de Reya que esperaba disfrutar con ansia y deleite en aquella noche. Posiblemente, esa muestra de pasión desmedida era el último rasgo de humanidad que anidaba en Dhulse. La búsqueda del placer era un vestigio que perduraba en aquel ser transfigurado. Un reflejo que delataba su origen animal.


La hembra, tímidamente al principio, se dispuso a darle placer al inmortal. Ella, suavemente, empezó a... cantar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario