miércoles, 31 de agosto de 2011

Azahara (Sandra C. Gallegos) - Muerte súbita

El segundo relato corto que publicamos de Azahara, de nombre Sandra C. Gallegos, fue el microrelato ganador de un concurso realizado Perdidas entre páginas.

Muerte Súbita nos introduce en la agonía de una persona que nota como la vida se le escapa entre los dedos, sin poder agarrarla, sin fuerzas para atenazarla, sólo pudiendo ver cómo su tiempo se acaba.

Recordad que podéis seguir las peripecias, relatos, escritos y novelas de Azahara en su blog, Aprendiz de escritora, así como que toda su obra está protegida bajo licencia CC.


MUERTE SÚBITA
 

     Lo sabías. Sabías que esto iba a pasar. Te lo esperabas, a pesar de que una parte de ti anhelaba que no fuese cierto.
     Ahora es demasiado tarde para arrepentirse.
     Echas a correr aun sabiendo que no servirá de nada. Atraviesas el pasillo de la tercera planta en dirección a las escaleras. Los retratos que cuelgan de las paredes parecen burlarse de ti: “Esto te pasa por meterte donde no te llaman. Te mereces que te atrape. Esta casa no es tuya, no deberías haber puesto un pie en ella. La curiosidad mató al gato.”
     Pero tú no eres un gato.
     Alcanzas las escaleras y desciendes a trompicones. El miedo te da alas, corres como nunca habrías imaginado que podrías hacerlo. Detrás de ti, cada vez más cerca, oyes sus pasos aproximándose. Es cuestión de segundos que te atrape.
     No quieres pensar en ello, no quieres rendirte. Sigues corriendo escaleras abajo, con el terror atenazándote la garganta y los pulmones a punto de estallar. Casi sin darte cuenta, los ojos se te inundan de lágrimas, producto del pánico.
     Es por esto por lo que no consigues ver los escalones que te quedan para llegar ya a la primera planta. Tropiezas y caes rodando. Te haces daño en un tobillo y te tuerces el brazo izquierdo de un modo imposible. Gritas.
     Permaneces en el suelo, resollando, como un muñeco desmadejado. Sabes que ahora puede darte alcance con total facilidad, pero no puedes moverte. Tus temores se confirman cuando abres los ojos y, en la oscuridad, vislumbras su silueta. El cuchillo que lleva en la mano derecha refulge y vuelves a cerrar los ojos. Tragas saliva. Ha llegado tu hora y no hay modo posible de escapar. Percibes que se arrodilla a tu lado, pero sigues sin mirarle. Sólo esperas.
     Entonces llega el dolor. Un dolor punzante, profundo, que comienza en el pecho y te recorre el cuerpo de arriba abajo. La sangre comienza a manar a borbotones y enseguida notas que te falta el aliento. Apenas un segundo después, el cuchillo vuelve a introducirse en tu carne y ya no contienes un grito. Te está abriendo en canal, te estás desangrando, y a eso has de sumarle el dolor del tobillo y el brazo roto.
     No aguantas más. Has abierto los ojos, pero no ves nada. La vida se te está escapando y tú le permites marchar mientras exhalas tu último aliento…

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