Las palabras que en su día escribí son éstas, sin revisión, sin filtro alguno.
Acabo de despertar. Un extraño canto resuena por las paredes de piedra de la habitación. Flota sobre el aire, lo acompaña, una suave melodía que hace pensar en tiempos felices. A medida que me sumerjo en ella de las paredes empiezan a florecer verdes plantas, bellas flores, las paredes se ocultan bajo un frondoso verde que ha surgido de la nada. La melodía sigue sonando y el sonido de una pequeña cascada llega hasta mí. La habitación ya no es una habitación sino que es un jardín lleno de exóticos animales. Las aves vuelan por el cielo acompañando con sus graznidos la música, envolviéndola en su aletear. Un extraño sopor se empieza a adueñar de mí y, antes de cerrar los ojos, veo como las aves oscurecen el sol. La música se acelera, rompe el ritmo, el jardín se oscurece, las sombras se adueñan de todo. Las aves caen muertas, las plantas se marchitan ante mí vista. La cascada, antes magnífica, pasa a ser un borrón negro, lleno de lodo, con los cadáveres de los pececillos flotando en él. El mundo se descompone, empieza a caer hacia la nada. Corro, me alejo del gran vacío que se forma en el jardín. La oscuridad parece invadirlo todo, pero yo sigo corriendo. La música se ha vuelto extraña a mis oídos, casi insultante. Suena rápida y sin ritmo, caótica, acompañando al mundo que se deshace. Me doy cuenta de que, por mucho que muevo las piernas, no avanzo. No tengo piernas, no tengo cuerpo, no soy nada. No consigo moverme, la oscuridad se me acerca. El suelo a mis pies cede y cae en una infinita negrura. Extrañamente, yo (o lo que sea yo) caigo con él, me sumerjo en la oscuridad. De súbito, la música cesa, el silencio lo invade todo, sólo se oye mi respiración. Abro los ojos y veo los muros de piedra, grisáceos. Un extraño canto resuena por las paredes de piedra de la habitación ...
No hay comentarios:
Publicar un comentario